Reflexiones sobre la Historia del Hoax Judío

Andrew Joyce: “Reflections on the History of the Jewish Hoax

“El relato de The Times sobre lo que ocurrió en cada uno de esos lugares contiene las más grandes exageraciones, y el relato sobre lo que ocurrió en algunos de esos lugares es totalmente falso.”
Cónsul General Británico Stanley, sobre los ‘pogromos’ rusos, enero de 1882

Introducción

El humorista decimonónico Josh Billings una vez escribió que “no hay mejor evidencia de inteligencia superior, que no sorprenderse ante nada.”

Demostrando su inteligencia superior en cuestiones judías, pocos eventos conmocionaron menos a la Derecha Alternativa que el reciente arresto de un adolescente judío en Israel, por amenazas de bomba falsas contra centros comunitarios judíos en los Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda.

Aunque ya han pasado varias semanas desde el epicentro de este engaño,  la mera magnitud de su presente revuelo político y mediático es profundamente significativa, y merece aún más discusión y contextualización.

De particular interés son las acciones y la afectación de la Liga Anti-Difamación (ADL), descarada en su inmediata aseveración de que el responsable del hecho había sido un antisemita blanco, nuevamente demostrando gran tenacidad en el ejercicio de su considerable influencia política y cultural.

Utilizando las más endebles narrativas, sustentadas por una igualmente sospechosa “historia de persecución,” la ADL fue capaz de diseminar el mito del victimismo judío en los medios, asegurarse asesoría de alto nivel con el FBI, e incluso reprender públicamente al presidente de los Estados Unidos por su respuesta “inadecuada.” En especial, la negativa de Trump de asumir automáticamente que las amenazas de bomba habían sido un “crimen de odio,” fue recibida con amargas reprimendas por varias organizaciones judías.

Luego de que el  norteamericano-israelí responsable fuera aprehendido,  alguien ingenuo podría haber esperado algo de humildad o de autoconciencia de parte de estos grupos. Sin embargo, en una evolución que nuevamente no logrará sorprender a la Derecha Alternativa, la ADL se demostró impenitente e intransigente. Con arrogancia extrema, la organización publicó una declaración leyendo: “Mientras los detalles de este crimen permanecen confusos, el impacto de las acciones de este individuo es claro como el cristal: estos fueron actos de anti-semitismo.”

A pesar de que los judíos mismos parecen haber aprendido poco de este episodio, al menos nos provee con algo de material para la reflexión. De principio a fin, el episodio revela perfectamente en un microcosmos, la relación de los judíos con el anti-semitismo, la construcción de narrativas mediante las cuales los judíos se comprenden ellos mismos, y la importancia del mito y el engaño para mantener la identidad judía. En pocas palabras, el episodio reveló el núcleo de un fenómeno singular — el arquetípico ‘hoax judío.’ Dado que ningún lenguaje lidia mejor que el alemán con el concepto de sustantivo compuesto, podríamos incluso acuñar un término para este fenómeno — el Judenscherz. 

El Judenscherz

Durante varios siglos los judíos se han dedicado a la construcción de falsas narrativas que actúan reforzando la identidad de grupo propio, mientras simultáneamente desarman o desinhiben grupos ajenos.  Las más poderosas de estas narrativas pueden agruparse bajo el abarcador título de “narrativas de victimismo.” Las narrativas de victimismo son importantes en el contexto de grupo porque, incluso cuando pueden ser en gran medida ficticias, permiten que se culpe a un grupo ajeno de los problemas y los desafíos del grupo propio, absolviendo al grupo de agencia en sus propias desdichas y de esa manera obviando la necesidad de cambio interno. Otro uso de las narrativas de victimismo consiste en que éstas nutren la construcción de resentimientos, los cuales a su vez pueden proporcionar el ímpetu y la energía para actos agresivos contra los competidores. A pesar de que varios grupos nacionales y étnicos han coqueteado con narrativas de victimismo, los judíos son diferentes en su particularmente fuerte aversión a modificar su propia versión de victimismo. Ellos han recurrido a narrativas de victimismo a lo largo de su historia y han adoptado una visión del mundo única, en la cual todo el mundo no-judío, los goyim, es presentado como hostil — un caso de ‘los judíos contra el mundo.’ Lo más singular de todo es que los judíos han sido únicos en su éxito en persuadir competidores y grupos opuestos, de adoptar la narrativa del victimismo judío, desarmando y desactivando el instinto más natural de los no-judíos, de competir.

Por estas y otras razones menores, la cultura judía ha llegado a dominar el arte de la narrativa victimista, y uno a veces encuentra remarcado que la historia entera de los judíos es una historia de constante sufrimiento — la “lacrimosa historia de los judíos.” A pesar de que la aceptación general de esta narrativa histórica dominante es un desarrollo bastante reciente — no más antigua que medio siglo —, su ahora oficial posición se presenta obstinadamente opuesta a la abrumadora evidencia de que los judíos han sido un grupo privilegiado, protegido, y económica y políticamente poderoso a lo largo de la historia registrada. De hecho, uno lucha para encontrar un grupo de tamaño comparable, en cualquier lugar y en cualquier punto en el tiempo, que disfrute del mismo nivel de riqueza e influencia. La debilidad más obvia del tratamiento académico y cultural contemporáneo de las cuestiones judías es que éste falla en adoptar un enfoque siquiera remotamente crítico hacia las narrativas judías. El supuesto victimismo ancestral de los judíos simplemente es aceptado al pie de la letra, digerido e internalizado, particularmente en Occidente, donde los blancos de linaje anglo o germánico raramente — si acaso alguna vez —, han adoptado una narrativa de victimismo propia.

Debido a que la narrativa de victimismo judía es, en el fondo, un compuesto de invenciones  interesadas, los detalles que puntúan esta narrativa dominante son en sí mismos una constelación de exageraciones, embustes, estafas, y engaños. Como ya ha sido explorado en detalle en un artículo previo, quizás el ejemplo más temprano de Judenscherz sea El Libro del Éxodo, un esfuerzo para refutar un consenso griego y egipcio sobre los comportamientos indeseables de las poblaciones judías en su medio. En todo caso, El Libro del Éxodo fue y sigue siendo crucial en proveerles un mito a las narrativas victimistas judías y de esa manera, una base para el hoax judío. La supuesta “liberación” de Egipto, de los hebreos esclavizados y perseguidos, es conmemorada por el judaísmo todos los años en la forma del Pésaj, o Pascua Judía. El historiador Paul Johnson remarca que el Éxodo “se convirtió en una memoria contundente” y “gradualmente reemplazó a la mismísima Creación como el evento central y determinante en la historia judía.”[1] El Éxodo tiene un poder que existe independientemente de los signos del mito religioso, actuando a través de los siglos como una decisiva narrativa de victimismo, de vindicación grupal y de autovalidación. El Éxodo es el cimiento sobre el cual la identidad judía se construye.

Es interesante que Josefo, el primer “historiador” judío en intentar una defensa intelectual de la narrativa del Éxodo, nos proporcione otro muy precoz Judenscherz. En uno de sus más famosos trabajos, Guerras de los Judíos (c. 70 d. C.), Josefo recuenta los saqueos de Alejandría del 66 d. C. Según este desinfectado y embellecido relato, unos 50.000 judíos fueron asesinados (Jos., Guerras, Libro 2). Vale la pena citar las secciones relevantes de Josefo directamente:

La sedición de la gente del lugar contra los judíos era perpetua… No sólo les era permitido matarlos, sino también robarles lo que tenían, y prenderles fuego sus casas… Fueron destruidos despiadadamente; y ésta, su destrucción, fue completa, algunos siendo atrapados en campo abierto, y otros forzados dentro de sus casas, las cuales primero fueron saqueadas y luego quemadas por los romanos; donde no se mostró piedad con los niños, ni consideración por los ancianos; sino que continuaron con la matanza de personas de toda edad, hasta que el área fue inundada de sangre, y cincuenta mil de ellos yacían de a montones… Y esta fue la miserable calamidad que en aquel entonces les sucedió a los judíos de Alejandría.Uno de los aspectos más notables del relato de Josefo es el énfasis en una supuesta agitación externa. La animosidad contra los judíos en esta narrativa no surge de ninguna manera por comportamientos judíos, sino más bien por una aparentemente espontánea, injustificada, y perpetua “sedición de la gente del lugar contra los judíos.” La violencia es descrita como salvaje y sádica — niños y ancianos son asesinados de manera brutal — y el presunto daño a la propiedad, extenso. Finalmente, el número de víctimas reportado es tan marcadamente ‘meticuloso’ como increíblemente alto.

La narrativa de Josefo fue enteramente ficticia. Primero, falta el contexto completo de hostilidad inter-étnica en la región. No sólo estaban en ese tiempo los judíos de Alejandría muy ocupados en una conspiración militar y diplomática contra la dominación romana, sino que además sus negocios económicos y su poder político eran también una causa de desasosiego entre la población no-judía. Louis Feldman concede en su Judío y Gentil en el Mundo Antiguo: Actitudes e Interacciones desde Alejandro hasta Justiniano (1993), que la mayoría del odio hacia los judíos se “debía a la importancia de las puestos ocupados por judíos en la vasta burocracia… especialmente como recaudadores de impuestos.”[2] Feldman agrega que los judíos en Alejandría se habían asegurado una importante posición en los niveles superiores de la industria naviera, así como monopolios en la venta y tráfico de varios productos. En 38 d. C., una protesta contra el poder judío había sido provocada por “exhibiciones de riqueza y poder judío,” y por “la privilegiada posición e influencia de los judíos.”[3] A los judíos también se les acusó de doble lealtad. El extremadamente alto nivel internacional de la influencia judía durante este período fue demostrado cuando el gobernador romano de Alejandría, Flaco, fue convocado, exiliado, y luego ejecutado por orden del emperador degenerado Calígula, por haber permitido que las protestas procedieran.[4] El asunto sería inmortalizado en otra obra maestra más del Judenscherz, In Flaccum, del antiguo filósofo judío Filón, quien utilizó el destino de Flaco como una amenaza enmascarada hacia los no-judíos considerando desafiar el poder judío.

El nivel de violencia relatado por Josefo fue también una completa invención, ningún historiador moderno tomando en serio ni siquiera remotamente el número de víctimas de 50.000 declarado por el autor judío. En un patrón que resurgiría en Europa Occidental en la Edad Media, la evidencia demuestra que las autoridades romanas se oponían fuertemente a una acción integral contra los judíos, prefiriendo proteger la rica comunidad, y castigar los disturbios previos con un impuesto de medio shekel en vez de hacerlo con la espada. Los judíos eran vistos como demasiado útiles financieramente como para ser dejados a merced de la retribución popular — el tema recurrente en la historia judía, en el que los judíos hacen alianzas con las élites no-judías en oposición a los intereses populares. Uno podría preguntarse entonces, por qué una comunidad rica y poderosa habría de — incluso en tiempos antiguos —, sostener un narrativa victimista. Como descrito más arriba, la narrativa de victimismo judía cumple con una función dual — reforzar aspectos de la identidad judía y manipular competidores. A este respecto, es interesante considerar las observaciones de la historiadora Ellen Birnbaum sobre In Flaccum de Filón: “Filón, por un lado, podría querer reafirmar el espíritu de sus compatriotas judíos; por el otro, quizá sonar una advertencia para los gentiles.”[6]

Las narrativas tempranas como el Éxodo, y los trabajos de Josefo y Filón, proporcionaron el modelo para interpretaciones y revisiones tardías de ciertas realidades históricas y políticas. Por ejemplo, referencias a estas tempranas “persecuciones” proporcionaron una falsa justificación para las prácticas judías de auto-segregación que eran más aceptables — especialmente hacia extraños —, que la franca admisión de que los judíos se sentían superiores a las naciones en las que habitaban. Encontramos esto particularmente durante la Edad Media, en explicaciones para la experiencia del gueto. De hecho, una de las más notables omisiones de la mayoría de los relatos oficiales sobre la experiencia medieval judía, es la muy privilegiada posición de los judíos durante este período. A modo de aclaración, los judíos no poseían el derecho automático de establecerse en Europa. Esto fue mucho tiempo antes de que el concepto de ‘inmigración’ distorsionara el instinto humano, y el asentamiento de extranjeros en nuestro propio medio aún era percibido como una usurpación de mayor o menor severidad, dependiendo de los números involucrados. Los judíos fueron capaces de crear asentamientos en Europa sólo porque les fue dada asistencia por parte de la Iglesia Cristiana, en la forma de decretos papales que aprobaban su residencia, así como también les garantizaban libertad de los esfuerzos para convertirlos y protección contra el ‘maltrato.’ Sin una teología cristiana que enseñara que los judíos poseían un rol especial en la historia de la humanidad, es poco probable que ellos hubieran podido establecerse en Europa de la forma en que eventualmente lo hicieron. (Algunos de los tratados más influyentes a este respecto fueron formulados por Bernardo de Claraval y Tomás de Aquino.) Podemos, por lo tanto, considerar los decretos cristianos de establecimiento como el privilegio primario que subyació al ascenso de los judíos, particularmente en Europa Occidental.

Los judíos de la Edad Media alegaban status de persecución mientras simultáneamente gozaban de un acceso sin precedente a la riqueza y al poder. Este Judenscherz ha sido heredado a lo largo de los siglos y permanece en una condición robusta incluso hoy en día. Los judíos fueron completamente dominantes durante dicho período. Los judíos de Francia y Alemania tuvieron permitido hacer negocios sin restricciones desde el noveno hasta el onceavo siglo — tres siglos de crecimiento en influencia financiera durante los cuales, en el lenguaje eufemístico de Jacob Katz, su “envolvimiento en el suministro de crédito fue considerable.”[7] Los judíos gozaban de completo control judicial sobre sus propias comunidades. Y es más, como Katz declara: “Una característica de la alta posición política de los judíos fue su permiso para portar armas… Este hecho quizá deba verse menos como proporcionando un medio de auto-defensa que como siendo un signo de status político. Como resultado de este permiso, los judíos ocupaban el mismo rango que los caballeros o los feudatarios que pertenecían a los estratos superiores de la sociedad medieval.”[8] Los judíos estaban por sobre las masas, trabajando solamente para su explotación. Los judíos de la Edad Media no participaban en ningún trabajo productivo, casi todos ellos viviendo parasíticamente del préstamo de dinero. Katz escribe que; “La imagen del judío esperando en su hogar a que llegue el gentil para pedirle dinero prestado o para pagarle una deuda, es una imagen realística.”[9]

La realidad de la tradición del poder judío y la explotación económica durante este período ha sido suprimida por un extremadamente efectivo Judenscherz basado, como los relatos de Josefo y Filón, en relatos de extrema violencia novelados. El historiador Jonathan Elukin escribe que “la violencia es percibida tradicionalmente como estando en el núcleo de la experiencia judía en la Europa medieval.”[10] Como los relatos anteriores, vemos múltiples referencias a espontáneos “niveles crecientes de polémica anti-judía, acusaciones de atrocidades, ataques físicos, y finalmente expulsión.”[11] Sin embargo, contrario al Judenscherz, la violencia fue de hecho extremadamente rara, e incluso su supuesto punto más alto, la Segunda Cruzada, “trajo consigo poca auténtica violencia contra la judería europea.”[12] El tan lamentado ‘libelo de sangre,’ supuestamente la principal provocación para mucha de esta supuesta violencia, fue en realidad tan escaso e inefectivo contra el enquistado poder judío, que “la mayoría de los judíos vivió su vida entera sin experiencia directa de esas acusaciones.”[13]

Todo esto es, por supuesto, muy reminiscente del Judenscherz de los pogromos rusos de finales del siglo XIX y comienzos del XX, y también de las supuestas atrocidades cometidas por las fuerzas armadas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial. En estos ejemplos, las acusaciones de extrema violencia jugaron un rol clave en la galvanización de la cohesión judía y en la manipulación de no-judíos — en el caso de los ‘pogromos’ rusos, manipulando blancos occidentales para que acepten millones de migrantes económicos judíos disfrazados de ‘refugiados.’ En ese entonces, como durante la actual invasión de musulmanes y africanos, los europeos fueron inundados con historias de sufrimiento, resultando en una efusión de empatía. Durante una consultación parlamentaria británica sobre los ‘pogromos’ en 1905, un tal rabino Michelson afirmó que “las atrocidades fueron tan diabólicas que no podrían encontrar ningún paralelo incluso en los más bárbaros anales de los más bárbaros pueblos.”[14] The New York Times reportó que durante el pogromo en Chisináu de 1903: “Bebés fueron literalmente hechos pedazos por la frenética y sanguinaria muchedumbre.”[15] Un tema común en la mayoría de las historias de atrocidades de aquel entonces fue la brutal violación de mujeres judías, la mayoría de los reportes incluyendo la mención de pechos siendo cortados y madres siendo violadas junto a sus hijas. Intelectuales judíos y académicos modernos juegan un rol clave en el Judenscherz, repitiéndolo, reforzándolo, y afirmándolo. Por ejemplo, Joseph Brandes en su Inmigrantes hacia la Libertad de 2009, afirma que muchedumbres “tiraron mujeres y niños por las ventanas” de sus hogares, y que “cabezas fueron golpeadas con martillos, clavos clavados en el cuerpo, ojos fueron arrancados… y petróleo fue tirado sobre los enfermos descubiertos escondidos en los sótanos, y fueron quemados vivos.”[16]

Fue sólo en los años 2000s que el Judenscherz de los pogromos rusos, cayó bajo sistemático ataque cuando el académico católico John Doyle Klier (1944-2007) comenzó a publicar sobre el tema, a su vez revelando los elementos mecánicos y procesales en el desarrollo de un hoax judío. Tanto si hablamos de los antiguos panfletos de Filón, los tomos de Josefo, o las actividades de los escribas judíos en la Edad Media, el control de los medios de comunicación es crucial. Klier señaló que el hoax de los pogromos ganó ímpetu en Occidente principalmente porque el entonces influyente Daily Telegraph británico era propiedad de los judíos en aquel tiempo, y fue particularmente “severo” en sus reportes sobre el tratamiento de los rusos hacia los judíos antes de 1881. Según Klier, una de sus especialidades era la difusión de “relatos sensacionalistas de violaciones masivas.”[17] Otra importante declaración vino de un “corresponsal especial” para el Jewish World. Klier remarcó que el supuesto itinerario de este “periodista” a través de Rusia “plantea intrigantes problemas para el historiador.”[18] Mientras su itinerario de viaje es descrito como “plausible,” la mayoría de sus relatos se “contradicen categóricamente con el expediente archivado.” Su afirmación de que veinte alborotadores fueron asesinados durante el pogromo en Chisináu de 1881 demostró ser una invención, gracias a los archivos que muestran que en aquella época “no hubo ningún pogromo significante ni ninguna fatalidad.” Más aún, Klier argumenta que las historias de atrocidades compiladas por el corresponsal del Jewish World deben ser tratadas con “precaución extrema.” El reportero “retrató los pogromos dramáticamente, como grandes en escala e inhumanos en su brutalidad. Reportó numerosos relatos donde los judíos eran quemados vivos en sus hogares mientras las autoridades sólo observaban.” Hay cientos de ejemplos donde referencia el asesinato de niños, la mutilación de mujeres, y hasta dedos arrancados a mordiscones.

Klier manifestó que “los relatos más influyentes del autor, dado su efecto en la opinión mundial, fueron sus relatos sobre tortura y violaciones de niñas tan jóvenes como de diez o doce años de edad.” Klier encontró que “los intermediarios judíos que canalizaban los reportes de los pogromos eran bien conscientes del impacto de los reportes de violaciones, y éstos figuraban prominentemente en sus relatos.” Todos estos relatos fueron completas invenciones. Provocado por la propaganda de atrocidades, el Gobierno Británico emprendió su propia investigación independiente. El aspecto más notable de dicha investigación independiente fue la absoluta negación de violaciones masivas. En Enero de 1882, el Cónsul General Stanley objetó ante todos los detalles incluidos en los reportes publicados por los medios, mencionando en particular los infundados “relatos de violaciones a mujeres.” Él manifestó más adelante que sus propias investigaciones revelaron que no había habido incidencias de violaciones durante el pogromo de Berezovka, que la violencia fue rara, y que muchos de los disturbios se restringieron al daño de propiedad.

 

El Vicecónsul Law, otro investigador independiente, reportó que había visitado Kiev y Odesa, y pudo sólo concluir que “me siento poco dispuesto a creer en alguna de las historias de mujeres violadas en aquellas ciudades.” Otro investigador, el Coronel Francis Maude, visitó Varsovia y dijo que no podía “darle nada de importancia” a los reportes de atrocidades emanando de dicha ciudad. Cuando estos reportes se hicieron públicos — declara Klier —, representaron “un serio contratiempo para las actividades de protesta de las organizaciones judías.” The Times de Londres fue uno de los principales mercaderes de propaganda durante este período, un hecho que es apenas sorprendente dado que estaba poblado por influyentes periodistas judíos como Lucien  Wolf, el anti-Rusia ‘experto’ en asuntos exteriores, operando detrás de escena en varios periódicos principales. The Times fue forzado a retractarse de muchas de sus afirmaciones, pero respondió de manera rencorosa, declarando que la indignación del país estaba igualmente justificada incluso si las atrocidades eran “creaciones de la fantasía popular” — una réplica que es más que un poco reminiscente de la respuesta de la ADL a la exposición del reciente hoax de amenaza de bomba.

Los Cónsules se sintieron indignados por la respuesta de The Times y la influencia en proceso del hoax judío. Stainley reiteró el hecho de que sus intensivas investigaciones — las cuales llevó a cabo con mucho esfuerzo personal y una pierna seriamente herida —, ilustraban el hecho de que “el relato de The Times sobre lo que ocurrió en cada uno de esos lugares contiene las más grandes exageraciones, y el relato sobre lo que ocurrió en algunos de esos lugares es totalmente falso.” Furioso por el Judenscherz circulando en Gran Bretaña y Estados Unidos, Stanley “fue derecho a lo más alto,” entrevistando rabinos estatales y pidiéndoles evidencia, y recorriendo las zonas de pogromos. En Odesa, donde una riqueza de historias de atrocidades se había originado, pudo confirmar “una muerte, pero ningún saqueo de sinagogas o víctimas prendidas fuego.” No había evidencia de que ninguna violación hubiera ocurrido.

Conclusión

A pesar de los mejores esfuerzos de Stanley, la narrativa judía permaneció inalterablemente anexada a la percepción occidental de los ‘pogromos,’ y los mismos ‘pogromos’ toman su lugar al lado de una letanía de otros hoaxes judíos en la imaginación occidental — una imaginación en la que la narrativa del victimismo judío todavía domina. Es difícil formular respuestas efectivas ante semejantes fraudes. Las exposiciones de hoaxes individuales son casi inevitablemente suprimidas por los más visibles, audibles y frecuentemente repetidos relatos de los magnates de la propaganda judía. A pesar de lo excitante que pueda ser ver una de estas falsificaciones expuesta — y la amenaza de bomba falsa ciertamente no es una excepción —, debe ser entendido que es la narrativa del victimismo judío la que sustenta y sostiene la fuerza colectiva del Judenscherz. De hecho, estos fenómenos son ahora mutuamente consolidables — los hoaxes derivan su verosimilitud e inicial credibilidad de una supuesta historia de persecución — una historia que es ella misma construida sobre hoaxes. El gobierno, los medios, varios miembros del público e incluso varios judíos, creyeron que las recientes amenazas de bomba fueron reales porque fueron literalmente adoctrinados en la idea de que los judíos están constantemente bajo amenaza de violencia — una amenaza de violencia que se dice tiene un largo precedente histórico.

En última instancia, la clave para derribar este fenómeno del hoax judío no radicará en la exposición de incidentes aislados o de eventos históricos, sino en la conclusiva eliminación de la narrativa de victimismo judía. Los judíos son una élite poderosa, protegida y muy privilegiada — y siempre lo han sido. Su apelación al victimismo sería irrisoria sino fuera por el hecho de que es una de las estrategias clave detrás de nuestra caída.


[1] P. Johnson, A History of the Jews (London: Weidenfeld & Nicolson, 1987), p.26.

[2] L. Feldman Jew and Gentile in the Ancient World: Attitudes and Interactions from Alexander to Justinian (Princeton: Princeton University Press, 1993), p.424.

[3] Ibid, p.425.

[4] Ibid.

[5] See, for example, A. Harker ‘The Jews in Roman Egypt: Trials and Rebellions,’ in The Oxford Handbook of Roman Egypt (Oxford: Oxford University Press, 2012), p.282.

[6] Quoted in P. Van der Horst, Philo’s Flaccus: The First Pogrom (Brill: Boston, 2003), p.16.

[7] J. Katz, Exclusiveness and Tolerance: Jewish-Gentile Relations in Medieval and Modern Times (Schocken: New York, 1975), p.5.

[8] Ibid, p.6.

[9] Ibid, p.38.

[10] J. Elukin, Living Together, Living Apart: Rethinking Jewish-Christian Relations in the Middle Ages (Princeton: Princeton University Press, 2007), p.89.

[11] Ibid.

[12] Ibid, p.96.

[13] Ibid, p.99.

[14] A. Heywood, The Russian Revolution of 1905: Centenary Perspectives (New York: Routledge, 2005) p.266.

[15] “Jewish Massacre Denounced,” New York Times, April 28, 1903, p.6

[16] J. Brandes, Immigrants to Freedom, (New York: Xlibris, 2009) p.171

[17] J. Klier, Russians, Jews and the Pogroms of 1881-82 (Cambridge: Cambridge University Press, 2011), p.399.

[18] Ibid.